domingo, 20 de agosto de 2006

Los vecinos de Lugano dan pelea

Luego de mucho tiempo de lucha, los vecinos de Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo y los habitantes de la Villa 20 consiguieron que la legislatura porteña aprobara la construcción de un hospital para la zona y que se urbanice la Villa en el mismo predio donde se encuentra más otro lindero. Claro que debieron tragarse un sapo: tendrán que convivir con el Polo farmacéutico, un espacio en el que se instalarán ciento cincuenta laboratorios para fabricar medicamentos sin peligros tóxicos para los vecinos, según dice la ley. Aún tienen una batalla por librar: evitar que construyan viviendas en el Parque de las Victorias, el único parque público para más de cien mil personas. De victorias y derrotas, pero codo a codo, está hecha la historia de los Vecinos Autoconvocados de Villa Lugano.

El sur también existe (y además se organiza)
“Paren, paren. Si seguimos hablando todos juntos estos chicos no van a entender nada de los que nos está pasando”. Los que hablan todos al mismo tiempo son los Vecinos Autoconvocados de Villa Lugano. Enciman sus voces, unas a otras, aun cuando se proponen no hacerlo. Parecen cargados de ansiedad por contar sus intentos para preservar intacto el único parque público que poseen: el Parque de las victorias. Quienes corremos serio riesgo de no comprender –más por la complejidad del asunto que por sus desprolijidades para contarlo- fuimos allí para encontrarnos con un grupo de vecinos de un barrio populoso, el General Savio (más conocido como Lugano I y II), que vienen recorriendo un sinuoso camino en defensa del parque en el que se criaron y al que hoy llevan a sus hijos. La “playa de verano de los pobres”, como ellos mismos llaman al lugar, está delimitada por las Avenidas Cruz, Escalada, Larrazábal y Roca y ya sufre una interrupción privada: lo cruza un club de golf con cuota de ingreso de mil pesos y una mensual de
ciento cincuenta al que, está claro, acceden jugadores de otros barrios. En lo que queda de espacio verde y público, el IVC (Instituto de vivienda de la ciudad) comenzó con las primeras obras para construir mil seiscientas sesenta y seis viviendas para gente con sueldos de entre ochocientos y mil quinientos pesos. Los vecinos se oponen: “no porque estemos en contra de la urbanización –dicen entre todos- sino porque lo quieren hacer en el único parque que tenemos. Además, hay que tener en cuenta que en este barrio somos ochenta mil habitantes y en la Villa 20 hay otros veinteséis mil. Todos vamos al mismo parque y ahora lo quieren cambiar por más viviendas. Que las hagan en el cementerio de autos que para lo único que sirve es para enfermarnos con la contaminación que produce”. Se refieren, entre otros casos, al que causó la muerte de Nélida Beltrán, vecina de la zona, víctima de leptospirosis.

Buscando una esquina
Nos costó encontrarnos. Hallar una esquina específica en un lugar que casi no las tiene es complicado. Si uno se pasa del lugar indicado debe llegar hasta la próxima esquina, que puede estar a quinientos metros; para peor, bajar la ventanilla del auto y preguntar sólo genera que los transeúntes sigan su marcha sin detenerse, sin mirar, con miedo.
Gustavo Ball tiene 28 años y la precaución suficiente para venir a rescatarnos de nuestro desconocimiento de la zona; de paso, el tour con su guía sirve para visitar cada espacio en disputa.
-Comenzamos a juntarnos más o menos por febrero –cuenta Gustavo- cuando empezamos a enterarnos del asunto.
-En Lugano la cosa es al revés: siempre se dice vi luz y subí, pero acá, desde las torres, cuando ves luz bajás –agrega Stella Maris.
Ella es Stella Maris Lorenzo, una de las voces que se destaca entre las muchas que desean informar, denotando las pocas veces que se sintieron escuchados: “empezamos a juntarnos por el parque, pero después nos fuimos enterando de otros problemas del barrio y de que otros grupos se reunían para evitarlos. Esto empezó como una cosita así y terminó siendo una cosa así de grande”, sus gestos son elocuentes. “En abril apareció el primer obrador en el parque y después talaron quince árboles. Fuimos a Greenpeace y ni bola nos dieron”. Ya estábamos charlando en el espacio en que se realizan algunas de las reuniones del grupo. Las que no son en plena calle, se llevan adelante en este lugar al que llegamos cruzando el hall de ingreso de una de las torres. Es una especie de portería. Una mesa y las sillas justas nos hacen sentir cómodos. Otra vez están hablando todos al mismo tiempo.

Golpeando las puertas de la legislatura ("seremos zurdos")
Gustavo nos sigue contando acerca de cómo fueron cambiando ciertos prejuicios: “fuimos a la legislatura a golpear puertas. Creímos, por ejemplo, que Eduardo Lorenzo Borocotó (Juntos por Buenos Aires) nos entendería porque es médico y de Lugano, pero no conseguimos que nos escuchara. Golpeamos, golpeamos y debemos decir que la única legisladora que nos ayudó en ese momento fue Beatriz Baltroc (Autonomía popular)”. Baltroc visitó el lugar, se interesó por el tema y les brindó la asesoría gratuita de un abogado, Pablo Pierini, para que pudieran recurrir a la justicia. Presentaron cincuenta y dos recursos de amparo. Así, el juez en lo contencioso administrativo, Roberto Gallardo, recibió uno y falló en contra del proyecto de viviendas aduciendo que el gobierno porteño no había evaluado el impacto ambiental. Al cierre de este informe, la Cámara que actúa como segunda instancia judicial aún no se había expedido.

-La verdad es que nosotros no fuimos a buscar a los legisladores de izquierda. Quisimos encontrar alguien que nos ayudara, a cualquiera, y los únicos que lo hicieron fueron ellos - asevera Gustavo.
El gran problema que tiene el parque es que no figura como tal oficialmente, por lo tanto es factible de ser utilizado para otros planes. Baltroc y Rubén Devoto (Movimiento por un Pueblo libre) presentaron un proyecto para rezonificarlo de modo que se establezca como tal, para evitar así cualquier construcción de otro tipo.
-Y bueno, seremos zurdos – agrega entre risas Javier, en referencia al apoyo del interbloque de izquierda.
Javier es casi tan alto como la torre que habita y cuenta su experiencia personal con el parque: “yo crecí ahí y ahora, cuando estoy mal y me trabo, voy con mi hijo al parque y me tiro a reír y a llorar. Este es un barrio que está minado por el paco y nos quieren sacar el único lugar libre que tenemos para despejarnos”.
“Ya somos un poco ghetto, pero si nos sacan el parque vamos a terminar peor, matándonos entre nosotros, apunta con bronca Stella Maris.
“Así –retoma Gustavo- empezamos a enterarnos de otras cosas. Conocimos la existencia de la Corporación Buenos Aires Sur y a su director, Enrique Rodríguez, ex ministro de trabajo menemista y acusado de cobrar sobresueldos”. La Corporación es una sociedad del Estado creada para recuperar la zona sur de la ciudad, promoviendo su desarrollo económico y territorial con préstamos del BID (Banco Interamericano de Desarrollo). “Nosotros estuvimos –apunta Stella Maris- en la reunión de una puntera política de la zona en la que Rodríguez, con toda su soberbia, vino a romper el barrio dividiéndonos y les prometió a los vecinos que están a punto de perder sus propiedades por deudas de expensas que la Corporación se haría cargo de ellas, pero la plata del BID es para construir viviendas, no para comprar vecinos”, es decir que esas expensas atrasadas de los vecinos de Lugano se pagarían con deuda externa de mañana, pues eso son los préstamos de hoy.

Escalada de remedios
Entre los diversos proyectos que rondan la zona está el Polo Farmacéutico. Allí, en lo que fue el estacionamiento del otrora Parque de la Ciudad (Escalada y Cruz), se instalarán los ciento cincuenta laboratorios que hoy están diseminados por la ciudad, pero básicamente instalados en la zona norte. La Corporación le entrega ese predio a Cooperala, el consorcio que reúne a los laboratorios y que manejaría Bagó (¿ética al servicio de la salud?), alegando que servirá para darle vida a la zona sur, generando además setecientos puestos de trabajo, aunque algunos legisladores como Susana Etchegoyen (Bloque 19 y 20) advierten que la industria farmacéutica es altamente mecanizada, lo que atentaría contra las supuestas nuevas fuentes de trabajo; es más, durante la sesión que aprobó el proyecto, fracasó un intento de Sergio Molina (Bloque del sur) para garantizar que el veinte por ciento de esos hipotéticos puestos de empleo fueran ocupados por vecinos del lugar.
El proyecto inicial proponía que el polo se instalara en el actual predio de la Villa 20, reubicando a sus habitantes en el Parque de las Victorias. Ante la oposición de los vecinos, el polo se mudó al que será su lugar definitivo.
Sigue Stella Maris: “nos enteramos del proyecto del Polo Farmacéutico y de la gente que viene peleando desde hace años por la construcción de un Hospital en la zona y empezamos a juntarnos todos para rechazar el polo”.
Mientras tanto, el presidente del IVC, Ernesto Selzer los acusa de antisociales: “Acá se está jugando con el derecho constitucional de acceso a la vivienda. Hay vecinos que ya tienen donde vivir y quieren tener al lado de su casa espacios verdes porque así sus casas se cotizan más. Es una postura egoísta y antisocial". Estos argumentos podrían entenderse si los vecinos no propusieran alternativas como la de construir las viviendas en el predio que tiene la Policía Federal y que se utiliza como cementerio de vehículos. Además, los vecinos dicen que Selzer les dijo cara a cara que eran xenófobos: “acusación falsa, ya que nosotros compartimos la pelea con los habitantes de la Villa 20 y la comunidad boliviana de la zona”, se defiende Gustavo

Hospital (nada de silencio)
Allí aparecen en escena los vecinos nucleados en el Movimiento Vecinal por un Hospital para Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo. Cuando los Autoconvocados de Lugano se enteraron de la existencia de este grupo se sumaron a una mesa coordinadora que también integran los Vecinos Autoconvocados de Villa 20.
Entonces comenzaron a reunirse en el Club Torino para que las luchas de cada grupo fuesen las de todos. El Torino es un club típicamente de barrio. Apenas se ingresa, aparece el bar, al que hacemos una gambeta para encontrarnos con una sala donde transcurre la reunión. Unas treinta personas delegadas por sus grupos de referencia hablan de los problemas del barrio, sus problemas. La noche que los visitamos, un grupo de los que suelen estar allí corta el tránsito en la Autopista Dellepiane por una muerte confusa en la Villa, una muerte más, una de tantas muertes pobres que no salen en ningún noticiero. Se reprochan no estar mejor coordinados, pues algunos se enteraron demasiado tarde. Los que pedían el hospital siguen yendo a pesar de que su construcción ya es ley. Gustavo cuenta que “al principio estaban eufóricos, pero ahora me parece que tienen miedo de que no se construya”. Es que hace dieciocho años que una ordenanza municipal “ordenaba” la instalación del hospital para que los vecinos no tuvieran que viajar hasta el Santojanni de Mataderos o al Piñero en Flores sur, ambos saturados de pacientes. Recién ahora la legislatura le dio carácter de ley a la construcción del hospital en el predio contiguo adonde se construirá el polo. Se puede pensar sarcásticamente que se intoxicarán con el polo farmacéutico pero podrán curarse en el hospital. La ley obliga al Estado a comenzar las obras del centro sanitario en un año como máximo, con lo cual pronto sabremos si será realidad o sólo se trata de otro engaño. Por las dudas, los vecinos continúan alerta, organizados, juntos y peleando por ganar la batalla que les queda: conservar el Parque de Las Victorias. El de las suyas.

miércoles, 5 de julio de 2006

Catamarqueños contra la minería

Cuando culminaba el año 1972, la Asamblea General de la ONU resolvió designar el 5 de junio de cada año como Día Mundial del Medio Ambiente. Durante 2006, en Argentina, se ha debatido sobre medio ambiente quizá más que en varios años anteriores juntos. Si bien la situación de Gualeguaychú disparó un acelerado crecimiento en la conciencia social al respecto, muchos otros vecinos de dispersas regiones vienen luchando desde hace años, en general ignorados por los medios de comunicación y por el resto de la sociedad. Son luchas aisladas que, este día, intentarán elevar su grito al mismo tiempo.
Así como en el sur se realizó ayer un abrazo a los “bienes naturales” de varias localidades de Chubut, hoy será el turno de los vecinos de tres localidades de Catamarca que han unido sus peleas. Los departamentos de Andalgalá, Belén y Santa María crearon hace un mes la Alianza de los Pueblos de Catamarca. Como ya informó la Agencia en despachos anteriores, la primera acción conjunta será la de esta jornada, cuando realicen una Asamblea pública en la localidad de Belén.
En Andalgalá ya saben qué es la contaminación. Hace diez años que funciona allí el emprendimiento minero La alumbrera, pero ahora se agrega a la lucha la necesidad de evitar que se instale otro, tres veces mayor al anterior, y con el sugestivo nombre de Agua Rica.
Urbano Cardozo es vecino de Andalgalá. La escritura de la tierra que habita certifica que su familia está allí desde 1850. Tiene 70 años y se alegra de que sus dos hijas vivan en Córdoba: “no pueden, no deben –se corrige- vivir acá. No hay futuro. Acá hay muerte, no vida”, dice, y trasluce más tristeza que alegría.
Cuenta Urbano: “somos la tercera provincia en nivel de exportación minera, pero somos una de las más pobres del país. El problema no es la pobreza, porque siempre fuimos pobres, pero ahora, además, estamos enfermos. Ellos dice que sacan oro y cobre, pero los estudios que mandamos a hacer, con mucho esfuerzo, a Canadá, señalan que extraen 26 minerales y los procesan y venden en otros lados. Además dicen que no utilizan cianuro, pero para separar los minerales que se extraen no existe emprendimiento que no utilice cianuro, aunque digan por todos lados que sólo usan agua”.
Uno de los impactos más fuertes de los emprendimientos mineros, al menos a la vista, es el enorme cráter que generan en la tierra y que se realiza a pura dinamita: “eso que llaman pozo en la montaña, es un hueco de un diámetro de 3 kilómetros por una profundidad de 1 kilómetro, al menos en este momento. Pero ahora quieren hacer una mina tres veces más grande que esa. Imagináte que La alumbrera declara utilizar 100.000 litros diarios de agua y está secando las napas, ¿cómo no nos vamos a quedar sin agua? Yo invito, a modo de prueba, a que el que quiera saber cómo dejan el agua traiga a su perro a tomar de ella; ahí van a ver cuánto dura con vida luego de tomar ese agua. Algunos, más o menos el 20%, podemos comprar agua mineral, pero la mayoría tiene que seguir tomando ese agua que es casi agua de batería y se bañan con ella”.
También tiene reproches para el trato que se le da al tema en la ciudad: “en Buenos Aires, cuando hablan de las minas, hablan de los números que producen, nosotros hablamos de la vida y el agua. Yo estoy cansado de pelear por esto, llevo muchos años en esta lucha, pero le quiero decir a los funcionarios que todos los días aprueban nueva minas, que están entregando el país y son vende patria”, acusa con enojo, aunque sin modificar su tono tranquilo.
En todos los casos de proyectos de “industrias sucias”, así llamadas por el deterioro ambiental que producen, las empresas utilizan un denominador común para vencer la resistencia de los vecinos: les prometen que crearán muchas fuentes de trabajo. En localidades desprotegidas y abandonadas por los políticos, esas promesas crean ilusión. Estos emprendimientos de capitales suizos, australianos y canadienses no han sido la excepción. Es interesante conocer qué sucedió en Catamarca con La Alumbrera para derribar esa falacia: “decían que todas las fuentes de trabajo serían catamarqueñas. Qué serían cerca de 2000 puestos. Entre las tres localidades cercanas hay 150 personas que trabajan allí y dicen que tienen 6000 empleados, que son en su mayoría tucumanos o chilenos”.
Cardozo también denuncia las trampas que las empresas utilizan para conseguir los créditos necesarios para instalarse: “en Andalgalá somos 17.000, en Belén 20.000 y en Santa María otros 20.000 habitantes, que sufrimos esta realidad. Las empresas le dicen al Banco Mundial que existen 2000 campesinos en cada una de las localidades. Entonces el Banco les otorga créditos para que indemnicen a los más cercanos a la mina, pero existimos muchos otros que sufrimos las consecuencias. Aquí hay que ver a los zorros sin piel, las cabras deformadas o las gallinas enanas para entender por qué luchamos. Es más, hemos hecho de todo hasta acá, así que me animo a decirte que pronto va a haber novedades”, asegura.
Están diciéndoles no a La alumbrera, Agua rica y Filo colorado, los tres grandes emprendimientos que funcionan o están proyectados en esa región de Catamarca. La pelea de Esquel, aunque más reciente, les abrió el camino. La lucha de Gualeguaychú generó más oídos dispuestos a escuchar. En Andalgalá, Belén y Santa María, gritan cada vez más fuerte y el ambiente, además de contaminado, está caldeado.

martes, 2 de mayo de 2006

Crónicas de Gualeguaychú

Fui tres veces a Gualeguaychú.
La primera habrá sido hace como veinte años. Tendría trece o catorce. Fue durante uno de esos viajes en los que acompañaba a mi hermano en su trabajo. Esas excursiones me entusiasmaban mucho. En aquella época, él aún era viajante. Cuando llegaban mis vacaciones, nuestras salidas constituían una serie de aventuras maravillosas; no porque anduviésemos de copas o a los tiros, sino porque una lluvia de novedades me mojaban a cada paso. Todo era nuevo: desde los pueblos y ciudades, con sus semejanzas y rutinas tan desconocidas para mi percepción de cemento; hasta las particularidades de cada lugar, pasando por las estadías en los hoteles, pues las giras duraban tres o cuatro días, según la distancia a recorrer.
En uno de esos viajes, paramos tanto en Colón como en Gualeguaychú. Estaba tan poco difundida la belleza de la región, que nos reprochamos no haber llevado nuestros trajes de baño para arrojarnos en los preciosos balnearios a la vera del Río Uruguay. Sobre todo durante las horas de la siesta, en las que obviamente no se podía trabajar, pues la ciudad entera dormía. La onda era caminar por los negocios intentando vender llaveros para luego armar los pedidos recolectados entre la mercadería que quedaba en el auto. Esa era la parte que más me gustaba: separar modelos frente al baúl abierto.
No sé si habrá sido aquella vez -ayudemos al recuerdo a que sí, pues sería más bonito y oportuno-, que mientras íbamos en la ruta, con el Fiat 128 Súper Europa, Luis me contó una película entera sin que dejara de prestarle atención un sólo segundo. Era una en la que dos estudiantes (Rob Lowe y Andrew McCarthy) se hacían amigos en la Universidad. Allí, uno (Lowe) le cuenta al otro que cada vez que va al pueblo tiene un romance con una mujer mayor y preciosa; así, hasta que caen en la cuenta de que ella es la madre del personaje de McCarthy, y eso desata un desencuentro, claro.
Muchos años después, de casualidad, vi la peli en el cable. Se llama Class. Durante el relato de la ruta, él me había transmitido cierto erotismo cuando se refería a la mujer. Bastó que llegara a ver algunas escenas de Jacqueline Bisset allí para entenderlo todo. También en esos aspectos, descubriendo sensaciones nuevas dentro de mí, la aventura era total. Supongo que la adolescencia es una aventura permanente en ese sentido; y quizá la vida también pudiera serlo si uno supiera vivirla.

La segunda vez que llegué fue de paso. En el verano del ’93 mis vacaciones se repartieron entre Montevideo y Punta del Este y cruzamos hacia Uruguay por el hoy célebre puente internacional General San Martín. Íbamos Gustavo Suárez y yo en el Ford Galaxi de su padre. Era casi una pulseada ideológica: Gustavo se reconoce de derecha, yo no sé qué seré pero seguro que eso no. Fuimos a La Meca del menemismo en su apogeo; puaj, pero aun así me generaba expectativas inexplicables pasar las vacaciones en tierra enemiga (por menemista, no por uruguaya). En la frontera nos dimos (dieron) cuenta de que no podríamos cruzar. El auto estaba a nombre del dueño, el papá de mi amigo, y no había parentesco que sorteara la situación. Nos explicaron que el problema se solucionaría mediante una nota del padre autorizando al hijo a cambiar de país con su auto. Algo totalmente razonable por cierto, pero que nuestro apuro y cierta insensatez juvenil no habían alcanzado a prevenir. Sin mail ni fax (por razones de época, lamento admitir), la salida fue un telegrama que recién se recibiría al día siguiente. Esa noche, entonces, nos quedamos en Gualeguaychú en pleno carnaval. Al regreso de ese viaje también pasamos por allí, aunque ya por elección. Nos había ido bien durante el carnaval.
En todas esas ocasiones un pensamiento me recorrió a modo de denominador común: la naturaleza, la mano de dios (antes de que Maradona se la quedara para si en alguno de sus coqueteos con el diablo) o lo que fuere, había tenido mucho cuidado y buen gusto con esa ribera.
La tercera vez fue para la gran marcha del 30 de abril de este año, que conmemoraba la del 2005.
Gualeguaychú está muy cambiada, y mi percepción de algunas cosas también (aunque la Bisset me siga calentando). Su belleza me resultó mucho más impactante que cualquiera de las otras oportunidades. Todavía no puedo creer el grado de participación, entusiasmo y racionalidad política que tienen sus habitantes, y me sorprende que hayan logrado mantener esas virtudes durante estos tres años de lucha. Resabios de diciembre del dos mil uno. Ante experiencias como éstas, es fácil reconocer el sello que aquellos días marcaron en muchas cabezas. El aire que allí se respira tiene el mismo aroma que ese ayer. Ahora que lo pienso, tal vez por eso las pasteras comenzaron a construirse desde la chimenea. Cuando nos subimos a lo más alto que nos permitieron llegar en el puente, la vista era impresionante. Además del Río Uruguay que empieza a imponerse en su codeo con las tierras, allí cerca, enfrente, es imposible no quedarse con la mirada puesta en ese mástil imponente que es la chimenea de Botnia. Lejos de tener bandera –el dinero no lo tiene-, de ahí saldrán las toxicidades propias de la quema de la madera y los químicos que se utilizarán para apurar el proceso. Quizás haya que sofocar velozmente ese aire purificado por la lucha. Están a punto de perder lo mejor que tienen pero, sin embargo, aún conservan alegría y energía para seguir intentando ganar la pulseada ante el imperio más poderoso y duradero de la historia moderna: el imperio del dinero.
El habitante gualeguaychuense (toda una paradoja, el gentilicio es mezcla de Gualeguaychú y Ence, la empresa española expulsada por la lucha) ha logrado aprovechar esas riquezas naturales para su subsistencia, haciendo del turismo uno de los sostenes fundamentales de la comunidad. Nadie puede suponer que mantendrán la cantidad de turistas con, al menos, el olor que todos coinciden será tan inevitable como insoportable si finalmente se instalaran las papeleras. Solamente esa razón alcanza para entender que no tengan otra consigna que no a las papeleras. Luego, es cierto, habrá que anotar una exagerada postura en defensa del medio ambiente, que también tiene una pizca de hipocresía. Uno de los policías de tránsito que trabajó arduamente para ordenar la caravana en la multitudinaria marcha del treinta de abril, contaba un chiste:
-Va un paisano a la iglesia y se pone a rezar: “por favor diosito mío, ayúdanos en esta lucha por la preservación del medio ambiente. Necesitamos que nos protejas de estos desalmados que destruyen al ecosistema. Sólo con tu ayuda podremos vencerlos para seguir cosechando... soja transgénica”.
La marcha que conmemoró a la gigante del año pasado tuvo el doble de concurrencia. Casi ochenta mil personas en una ciudad de noventa mil habitantes; casi toda la ciudad más miles de visitantes de otras partes del país. La jornada entera estuvo cruzada por un entusiasmo y una alegría que contagian. A lo largo del puente (demasiado extenso para alguien acostumbrado a marchar por el recorrido Congreso-Plaza de Mayo), los equipos de sonido repiten una y otra vez todas las canciones que nacieron motivadas por la cuestión. Las hay con todos los ritmos, incluyendo una que tiene versos demasiado racionales, como que si no contaminan Tabaré las lleve a Punta del Este o Kirchner al Glaciar Perito Moreno. Después de un día completo escuchándolas, el viaje de vuelta será silbándolas alternativamente; no habrá manera de evitarlo. Otro dato llamativo fue habernos tenido que acostumbrar a participar de una marcha en la que todos estábamos del mismo lado: hasta los gendarmes y los policías estaban a favor de la manifestación. Fue la primera vez que sentí esa sensación y, debo reconocerlo, me resultó demasiado extraña.
Los medios, mientras tanto, han contribuido una vez más a la confusión. Sobre todo cuando llaman ambientalistas a los vecinos de la Asamblea. Juan Veronesi, uno de los que participan activamente de la movida, nos recibió en su local de productos regionales. Entre los aromas de los quesos y salamines que se cruzaban con el almuerzo que estaba preparando su esposa en la casa del fondo, Juan nos dijo: “nosotros no somos ambientalistas. Ellos han sido los pioneros de esta lucha porque, con sus conferencias, lograron que nos fuésemos enterando. Yo soy un ciudadano común, no me puedo llamar ambientalista”.
También nos ratificó un dato que habíamos recibido de otro vecino: los niños fueron fundamentales en la toma de conciencia de los mayores. Parece que los ambientalistas interesaron a los maestros, éstos comenzaron a explicar en las escuelas lo que podría llegar a suceder y, de regreso a casa, los menores preguntaron a sus padres que, en su mayoría, comenzaron a asistir a las conferencias para enterarse de la situación, pues no tenían respuestas para sus chicos.
En general, como casi todo el mundo, reconocen que si no hubieran cortado la ruta a la altura de Arroyo verde (ahora Trinchera Arroyo verde), nadie estaría hablando del tema. Están en la misma situación que los desocupados, que sólo son recordados cuando ocasionan algún congestionamiento de tránsito, aunque aquellos se apuren para aclarar que no son piqueteros. Causa mucha gracia que intenten explicar por qué no lo son. Sobre todo cuando dicen que es porque ellos no van con la cara tapada, ni con palos, ni rompen vidrieras... En fin, son piqueteros, les guste o no. Les da un poco de asquito reconocerlo nomás, porque son básicamente clase media.
Recuerdo que en aquel viaje menemista, en la escala en Montevideo, no pude creer estar disfrutando de las playas de allí, bañándome en el mismo Río de la Plata que nuestras industrias, de este lado, destruyeron. Entonces pensé que los uruguayos eran mucho más inteligentes que nosotros, entre otras cosas por eso. Ahora plantean algo así como: “ustedes ya destruyeron todo y viven como la mierda, entonces no tienen autoridad moral para repudiarnos”. Es cierto, hicimos todo mal, nuestra docena de papeleras están ahí, pero la política de Estado que lleva adelante Uruguay, en todo caso, es tan indefendible como la nuestra.
César Vega es ingeniero agrónomo, militante del Frente Amplio y tan uruguayo como su termo en la axila. Conduce un programa dedicado al agro -“el más escuchado”, dice sin sonrojarse- en Radio Centenario de Montevideo, una emisora que el Frente abrió con unos dólares conseguidos en los setenta. Fue a Gualeguaychú para la marcha porque está en contra de la política de su partido, de su presidente: “el proyecto del eucalipto no le sirve a ningún país. En esta zona del mundo, donde hay plantado un eucalipto llueven 22,25 litros y ese árbol consume por lo menos el doble; por eso es que se seca la tierra. Hoy tenemos la vergüenza que en algunos departamentos del litoral les estén llevando a los pequeños productores el agua, porque se les terminó”. Parece concluyente, pero sigue: “además tú te volvés dependiente. Donde hay plantados eucaliptos no podés plantar otra cosa. En el caso de la soja, los pueblos no deberían estar muy de acuerdo con plantarla porque es un producto híbrido, transgénico y complicado; pero donde hay soja, al año siguiente podés plantar otra cosa y donde hay eucaliptos no. Hay documentos que dicen que comenzaron a plantar hace treinta o cuarenta años para que cuando hubiera suficiente se instalaran las pulperas. De setecientas mil hectáreas forestadas, en Uruguay hoy existen quinientas mil con eucaliptos y, que casualidad, eso da para tres o cuatro pulperas ¿Tú creés que vamos a poder controlar a esas empresas?”. La verdad que no che.
Pero volviendo a la Asamblea, acostumbrado a las organizaciones sociales o políticas que le hacen reverencias al presidente o, por oposición, niegan algunos aciertos kirchneristas, aún me dura el asombro por cómo hacen política los asambleístas. Lucharon años para que a los políticos les importara resolver el asunto. Cuando lograron que Kirchner se hiciera cargo del asunto y hasta siguiera la política que le recomendaba la Asamblea, acudiendo al Tribunal Internacional de La Haya, quizá ya era tarde. Podría demostrarlo que Ence, la española, se retiró del negocio, entre otras cosas, porque aún no había construido más que un pequeño puerto; Botnia, en cambio, cuando K hizo de este tema una “causa nacional”, ya tenía construida cerca del cuarenta por ciento de la planta y otro tanto del barrio en el que vivirán los trabajadores especializados que llegarán desde Europa.
Hoy, mientras escribo estas líneas, la Asamblea está cerca de reunirse para decidir si levantan el corte que comenzaron el viernes o lo continúan. Como actores políticos que son, han tenido una idea poco feliz en esta ocasión: levantar un muro simbólico en Arroyo verde. Si bien explicaron que no es un muro que ellos hayan construido, sino que simboliza al que están construyendo los gobiernos de ambos países con su inoperancia, la oportunidad no parece ser propicia. Estados Unidos levanta uno para separarse de México e Israel ya lo hizo con lo que será parte del Estado Palestino. No los comparo, porque los asambleístas lo van a derribar cuando levanten el corte, pero el muro de la ruta parece ser un síntoma más que un símbolo. Cada día que pasa, no sólo avanza la construcción de Botnia, también se hace carne el objetivo del capital: hacernos pelear entre nosotros, mientras ellos facturan lo suyo y destruyen lo nuestro.

Fernando Tebele